martedì 15 dicembre 2015

Día 8 - Copacabana - Isla del Sol

Salimos muy temprano de nuestro lindo apartamento en La Paz, donde nos recogió Johnny (nuestro querido chofer) y Rodrigo (nuestro guía de la semana), dormimos por unas dos horas y algo, hasta llegar a San Pedro (o San Pablo, no recuerdo bien) de Tiquina, pueblito del lago Titicaca, donde nos montaron en un "Ferry" individual para carros (según mis papás, así era antes del ferry en Costa Rica) que nos llevó a San Pablo (o San Pedro) de Tiquina. 




De ahí, manejamos una media hora más, hasta llegar a Copacabana, donde alistamos las cosas (la van se queda en Copa, así que había que llevarse solo lo necesario), nos tomamos un café y un chocolike (cocoa con agua caliente) y nos montamos en el botecito que nos lleva hasta la Isla del Sol. 




Luego de hora y media de viaje lento pero caliente (por dicha!) en el bote, llegamos al paraíso. Nos bajamos en la zona sur de la isla y subimos por un camino inca (siempre que haya camino hecho de piedras es un camino inca (o tiwanacota) en la isla) por un rato - sacando la fuerza interna del Chirripó para ayudarnos. La subida es bastante pesada, puesto que la altura no ayuda mucho a respirar - el lago está a 3800msnm (solo 20m más abajo que el punto más alto de nuestro país) y se sube a la cima de la isla que está a 4100m de altura. Sin embargo, la belleza natural de la isla, viendo los sembradíos en terrazas (originalmente incas), las montañas nevadas al fondo, las cholitas caminando junto a uno, los burros rebuznando en el fondo, el lago expandiéndose a kilómetros de distancia, definitivamente le ayudan a uno a encontrar el impulso para llegar. 

  





Llegamos a nuestro hotel, el Palla Kahsa, con vista al oeste, que tiene una filosofía más ecológica - todo lo cultivan ellos, utilizan energía solar para la electricidad, las casas son construidas de materiales resistentes al frío y al tiempo (así no hay que estarlos cambiando) que sean autóctonos (para no tener que traer nada de fuera de la isla. Ahí, nos esperaban con un tecito de coca (excelente para la altura) y luego almorzamos ahí, deleitándonos de la vista de las montañas bolivianas y peruanas. La comida típica del lugar es la trucha, que se pesca en el lago Titicaca. Antes de que trajeran la trucha al lago, había más de 40 especies de peces; hoy en día hay 4 - la trucha es así de invasiva. Sin embargo, ha ayudado montones a la zona, puesto que da trabajo a la gente y es lo que más se come - en esta isla se vive un 80% del turismo, el resto de agricultura y piscicultura. 

Luego de comer, nos arrecostamos un rato en nuestras hermosas habitaciones redondas, con base de piedras y ladrillos y forradas de barro de la zona. 




Luego, salimos varios a caminar por la isla, yéndonos por caminos de burros (no estoy exagerando) desde la cima hasta la "playa". Es un poco difícil asimilar el hecho de que es un lago y no el mar, porque es enorme y azul y majestuosamente bello. Rodrigo nos llevó por estos caminos, donde pudimos ir viendo la vista, sintiendo el calor del sol y el frío del viento. Además, pudimos escuchar (y ver pero muy a lo lejos) a la gente del pueblo haciendo un ritual, donde caminaban por todo el pueblo, cantando y tocando los tambores y la sampoña (flauta de pan), con destino a la cima de la isla, para allí hacer una mesa para pedirle a Pachamama por lluvia, ya que han tenido problemas en los sembradíos con la falta de agua. 

(vista desde nuestro hotel) 








Llegamos luego a la "playa", donde vimos a unas señoras lavando sus polleras y unos burros comiendo totoras - planta que crece en el agua y que lo utilizan desde los tiempos incaicos para construir botes y puentes (ya una vez secos). Ahí caminamos un poco, tocamos oficialmente el agua (fría, obvio) del lago más alto del mundo, y nos sentamos en un muelle a ver el lago, las montañas, los animales, a sentir el sol y el viento y simplemente disfrutar el paisaje. 








Luego, subimos utilizando un camino inca (de piedra), aún deleitándonos de la vista, hasta el hotel, para poder ver el atardecer más mágico y perfecto, reflejado en el lago, acompañado de un té de coca. 







Cuando pudo más el frío que nosotros, pasamos adentro del restaurante, a leer (la mejor elección de libro para el viaje - El origen perdido, de Matilde Asensi) al calor de una fogata y a tomar una deliciosa sopa de quinua. Cuando nos disponíamos a ir a dormir, nos encontramos que este lugar paradisiaco nos tenía una sorpresa más - un cielo lleno de estrellas, increíblemente visibles y vivas y mágicas, que nos pudimos a ver, tirados en el suelo, cubiertos con muchas capas de suéters, medias y cobijas y escuchando el son de los tambores aún presentes. No sé si alguna vez les ha pasado, pero a mí me impactó cuando lo pensé. Las estrellas que yo veo aquí, a pesar de ser las mismas que veo en mi casa, están ubicadas en otro lugar. Nuestra queridísima estrella del norte, aquí no tiene especial distinción, puesto que aquí la estrella principal es la del sur. Es una tontera un poco obvia, pero me hace darme cuenta de lo inmenso que es el universo en que vivimos y lo inmensamente sabio que es, dando a cada quien lo que necesita. 

Después de hoy solo puedo decir: gracias universo, Pachamama, Dios, el que quieran ustedes, por prestarnos un mundo tan hermoso, por dejarnos verlo y disfrutarlo, por dejarnos conservarlo por siempre en nuestras memorias. 

Nessun commento:

Posta un commento