mercoledì 23 dicembre 2015

Día 16 - Uyuni

Eran las 4:30 am, el cielo estaba completamente estrellado (vía láctea visible incluso), la temperatura era de unos -5 grados centígrados y ya los Orozco Odio estábamos cambiados (solo cambiados y no bañados, obvio, pues el agua estaba más fría que la temperatura ambiente), con la valija empacada y sentados desayunando unos deliciosos pancakes/arepas, tomando chocolate caliente/té/café, listos para salir a un nuevo día de emocionantes aventuras. 

Empezamos manejando como una hora para poder llegar a una altura de 4900 msnm, donde se encuentran los cráteres volcánicos, o géiseres, de la zona. Estos se encuentran de número 5 en el planeta y número 1 en cuanto a altura. Esta zona, al ser tan volcánica (como 1000 volcanes en la zona, como mencioné anteriormente) tiene muchísima actividad geotérmica, sin embargo aún no es aprovechada; hay planes desde hace años de hacer una planta, incluso el ICE ha ido a hacer estudios de factibilidad, pero no se ha logrado llevar a cabo. Los famosos géiseres llevan el nombre de Sol de Mañana, ya que se pueden observar, de manera mucho más hermosa, con el sol del amanecer (he ahí la razón de la salida tan temprano). 

Fue impresionante ver la actividad planetaria sucediendo allí, justo debajo de nuestros pies, la combinación de olor a huevo duro podrido, el frío de la mañana, el calor del vapor blanco que sale del centro de la tierra y que sube infinitamente hasta el cielo, la masa grisácea que burbujea en su calentura por salir y vuela reclamando su espacio, el amanecer brillando a través de las nubes y las personas... A pesar del congelante frío, los fotógrafos de la familia nos dimos gusto capturando estos momentos, pero también había momentos en que solo había que detenerse y volver a mirar a nuestro alrededor para poder disfrutar del hermoso y extraño paisaje. 






Luego, nos dirigimos hacia la última laguna altiplánica, ya muy cerca de las fronteras con Chile y Argentina, la Laguna Verde. Para llegar ahí, se pasa también la Laguna Blanca, pero, por la hora, no se veía realmente blanca. Además, están las lagunas Amarilla y Morada, pero del lado chileno. Antes de llegar a esta última laguna mágica, se pasan varios desiertos con vista a diversos volcanes, como el Likankabur, que queda justo detrás de esta laguna, y el volcán Putana. 


Esta laguna se ve verde solo cuando el sol le pega de cierta forma y, cuando llegamos, estaba un poco nublado, por lo que tuvimos que esperar un poco para poder ver el efecto verdoso mágico de esta laguna. 



Visitamos también el llamado desierto de Dalí, por sus formas extrañas; aunque su nombre oficial es el Pampa Jara. 


Luego, nos bañamos en unas deliciosas aguas termales frente al salar Chalviri, con flamencos bañándose detrás nuestro. Nos tocó ir prácticamente solos a estas deliciosas aguas calientitas (como a unos 30 grados) gracias a la experiencia y sabiduría de nuestro querido chofer/guía de la zona - Don Gregorio, aparte de chinearnos montones, se conoce los horarios de todos los tours, así que nos llevó en el momento en que todos los demás turistas andaban por otro lado. Bañarse aquí fue todo un merecido descanso, viendo la hermosa vista, disfrutando del agüita caliente y negándonos a salir aún al polvoriento frío de afuera. 



De ahí, empezamos la manejada eterna en ruta de vuelta a Uyuni, pasando por campos con vicuñas, campos con llamas (y ríos, mágicamente), pueblitos abandonados en medio de la nada (en uno de ellos comimos, en Villa Mar) y vastos campos desérticos que parecen no agotarse jamás. 




De camino, hicimos una parada en el Valle de las Rocas - nuevamente un bosque de formaciones rocosas impredecibles en medio de la nada, descubierto y formado por años de años de viento desértico. 






(Foto con zoom para efectos gráficos. Eso que se ve ahí medio escondido al lado derecho (si se ve de frente) de Cristina soy yo). 


Así como el viento sopla en el desierto y moldea las piedras y las montañas y determina los afluentes de los ríos y cambia los caminos de los carros, lo mismo hace con tus heridas, las sana, las limpia y ayuda a cicatrizar; no se van a ningún lado, siguen siendo parte tuya, pero ya no duelen, ya no están ásperas, al igual que las rocas, antes porosas, ahora están lisas de donde el viento las pule. 

Eso sí, hay que tener cuidado con este potente viento arenoso, pues maltrata después de su prolongada exposición las fosas nasales, los ojos, los pulmones y las gargantas. Es recomendado el uso de anteojos de sol, bandasnas para cubrirse la nariz y una buena disposición y paciencia. Así mismo, tu pelo puede sufrir las consecuencias, para esto no queda otra más que aguantárselo y decir "a mí que me importa, ¡vean donde estoy!" 

Seguimos nuestro camino con mucha paciencia, buena música (auspiciada por la mejor hermana que jamás existió), buen chapstick (Carmex resultó mejor que el Neutrogena) y muy buenas vistas. En total, hoy recorrimos poquito menos de 500 kms. 




Luego de unas cuantas horas, cuando ya teníamos a la vista el pequeño pueblo de Uyuni, don Gregorio, seguro extrañando las calles empolvadas del desierto, se desvió de la calle principal a un campo de tierra, por donde manejó un par de minutos para llevarnos a un cementerio de máquinas de tren. Estos vagones m, grúas, máquinas, rieles, etc, están abandonadas desde los 80's después de unos 100 años de funcionamiento para conectar diversas partes del país (incluida la capital) y ciertos pueblos chilenos y argentinos. Se utilizaba principalmente para mover mineral (también aquí en Uyuni había minas de plata, zinc y azufre) pero el sistema que utilizaba (uno ingles) requería que se le recargara agua cada 200 kms y, con las extensísimas distancias que separan todo en este enorme país, no salía para nada rentable. Así que ahora están allí, abandonadas, preservadas gracias al clima seco y frío predominante de las zonas altiplánicas. 






Ya una vez en el tranquilo pueblo de Uyuni, nos comimos una pizza (ya volvimos al trato apático de algunos de los meseros bolivianos; eso sí que no lo extrañaba) y fuimos a esperar a la terminal (en realidad a la oficina, porque no hay terminales oficiales de bus, a pesar de la increíble cantidad de turismo que llega a la zona) a que saliera nuestro bus con destino a La Paz, que viajaba durante unas 10 horas, sin paradas, para llegar a la no-capital-pero-sí-ciudad-más-importante a las 6 am. Este bus contaba con asientos súper reclinables, facilitando un poco el descanso. 

En la madrugada, nos esperaba cerca de la (no) terminal nuestro querido chofer, Johnny, para llevarnos a un hotel (Rendez Vous, muy bonito, céntrico y cómodo) mientras esperábamos a poder ir a nuestro departamento aquí en La Paz (que está listo para entrar a horas de la tarde), donde nos pudimos bañar y lavar deliciosamente el pelo, dormir un rato u desayunar un delicioso plato de frutas. 

Fue un poco impactante volver a la ciudad, ver carros, presas, edificios altos, después de tantos días de ver vastos campos desérticos, con solo montañas al fondo, respirando aire puro (aunque empolvado), sintiendo la vida de la naturaleza en tus venas. Pero, a pesar de no estar más ahí, haré lo mismo que con el Chirripó: lo llevaré dentro de mi, llevaré conmigo el desierto adonde quiera que vaya, sintiendo su infinita calma en los momentos que sea necesario. De nuevo, gracias universo por tener maravillas que nos compartís. 

Ya con energías recargadas, veremos qué nos depara este nuevo día. 



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