sabato 19 dicembre 2015

Día 13 - Sucre - Potosí

La primera parada turística del día fue en un castillo de unos príncipes bolivianos. Claramente en Bolivia no han habido reyes y demás, pero estaban estos señores que tenían descendencia real en su sangre, tenían muchísimo dinero y, además, hicieron muchas buenas obras (como adoptar a unos 70 niños), por lo que se les concedió el título de príncipe y princesa. Para llegar al castillo, se entra por un liceo militar (no miento) y se camina hasta el fondo, donde se ve la edificación rosada. Solo que, al llegar, nos encontramos con el problema de que estaba cerrado - eran ya las 9:10 y nada que aparecía la administradora. A las 9:30 que llegó, lo hizo sin llaves y no le contestaban los que la tenían para poder abrir, así que decidimos no seguir esperando e irnos de La Glorieta hacia Potosí, donde teníamos muchas nuevas aventuras esperándonos. 


El recorrido entre Sucre y Potosí es de unas dos horas, en un camino bueno, con lindos paisajes, además de un puente español que comunicaba antiguamente los pueblos y que tiene un estilo similar al castillo de La Glorieta. 



Al llegar a la entrada de la ciudad, nos topamos con un enorme arco (recientemente reconstruido, pero el original estaba desde tiempos coloniales). Mami no aguantaba las ganas de orinar, así que, investigando, encontró un baño de un restaurante que quedaba justo en la parte de arriba de este arco y servían platos típicos potosinos, por lo que tomamos la sabia decisión de quedarnos ahí a comer. Nos pedimos una deliciosa sopa con piedra. Sí, con piedra. Ya les explico bien. Potosí es una zona minera (LA zona minera en su momento, para Bolivia y para América), así que los mineros se llevaban su sopita en la lonchera, pero aquí es muy alto (ya volvimos otra vez a alturas que rondan los 4000msnm) y por lo tanto muy frío, así que sus comidas, a la hora del almuerzo, ya estaban frías. Así que se inventaron una técnica donde tomaban esta roca volcánica caliente y la ponían dentro de la sopa para calentarla. La Kalapurka aún se toma hoy en día y es una sopa a base de maíz, con vegetales, tocino y piedrita calientita, que llega reborboteando a la hora que te la sirven en la mesa. 


De ahí, fuimos a conocer la plaza central, 10 de noviembre (todas las plazas aquí corresponden a fechas importantes - días en que se hicieron gritos libertadores, por ejemplo), y queríamos conocer la catedral, pero estaba cerrada por ser hora de almuerzo. 





De ahí, fuimos a hacer un tour súper especial - por las minas de plata. Así que nos llevaron al depósito, donde nos vistieron de mineros y nos dieron todo el equipo necesario, luego nos llevaron al mercado de los mineros, donde nos explicaron un poco cuanto cuestan las cosas y cómo es el sistema entre los mineros (hoy en día, lo que tienen son cooperativas y cada minero compra una parte de terreno a explotar). Allí, compramos alcohol 98% puro y frescos - el alcohol es para el tío, la deidad de las minas, y para la Pachamama; al tío se le da para que te de minerales (cuanto más puro el alcohol, más puros los minerales, según la creencia) y a la Pachamama para que te proteja, ya que estás literalment dentro de ella. Los mineros, según nos contaron, tienen muchos problemas con las creencias católicas, pues les asusta que el tío (al que nombran en esta zona Jorge) se vaya a resentir de que estén adorando o venerando a alguien más. Los frescos que compramos era para los muchachos que estaban trabajando en las minas. En la misma tienda, hicimos la chaya (ofrecerle a la pachamama tirando al suelo un poco del alcohol y luego tomar uno) inicial. De ahí, subimos por fin a la zona de las minas, en el Cerro Rico, donde entramos a la zona Caracoles. Aquí caminamos buen reto, apreciando los rieles, los techos, entendiendo un poco la dirección de los minerales y los diferentes tipos que hay, así como la rutina de trabajo de los mineros. Pudimos caminar bastante, tocar los muros, conocer al tío, ofrecerle un cigarro (que se le da encendido), coca y hacer nuevamente la chaya para pedirle permiso y protección allí dentro, escoger entre piedras para buscar plata, distinguiendo entre la pirita (muy brillante pero sin valor alguno) y la piedra. No sé si quiera como explicar esta experiencia. Siento que, nuevamente, la niña de 5 años dentro de mi salió a relucir (el niño de 5 años de mi papá también, se los aseguro), caminando entre piedra viva, llena de minerales, sintiéndome como tontín, o cualquiera de los otros enamores de Blanca Nieves, lista para conquistar un mundo subterráneo. Vivimos, ciertamente, una experiencia única e inolvidable, pudiendo caminar sobre rieles, sobre tierra, sobre piedras, sobre tablas; adentrándonos entre las profundidades de la mina, tomando con el tío, tocando las mismas piedras. 










Al salir, nos fuimos rápido a la Casa de la Moneda, primer lugar donde se acuñaron monedas en América, usando de esclavos, obviamente, a los indígenas y mestizos. Aquí, pudimos recorrer el edificio (enorme) para entender cómo era el proceso de creación de la moneda - desde hacer y calentar las laminas, hacerlas más delgadas, hacer los círculos y luego marcarlas. Aquí, se explica claramente el proceso que se hacía  de manera manual y ya con máquinas (igual operadas por personas y mulas, obvio). Fue verdaderamente impactante ver este nuevo mundo que se fue creando. Para finalizar con broche de oro (en realidad, de plata), pudimos acuñar nuestra propia moneda. 














Ahora, ya estamos en el hotel, con los cuerpos cansados, fríos, quemados (yo mi cara) y maltratados (papi la rodilla) pero con los corazones mega felices y llenos. Gracias, Bolivia, por estar llena de cosas maravillosamente lindas. 

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